El recuncho de Tana

Todos necesitamos un lugar propio. Un sitio seguro desde el que asomarnos a esa niebla en la que nos arriesgamos a pescar dulces sueños... o ácidas pesadillas. Éste es el mío.

Nombre: Tana
Ubicación: Zaragoza, Spain

Érase una vez una mujer que buscaba. Encontró la perfección en la combinación de las palabras y el silencio. Y por eso, siempre estaba acompañada de libros. No renegaba de sus rarezas, se complacía en ellas. Era un poco desastre, pero auténtica. Sí, yo soy ella. A veces dura, a veces tierna... siempre imperfecta.

lunes, enero 30, 2006

Cuaderno de Viaje. La mirada de Beltza


Beltza y yo somos muy parecidos; de apariencia robusta, pero muy tiernitos por dentro. También se parecen nuestros ojos. Aunque los míos son marrones (como ese chocolate tan rico que preparan en Malkorra, la mejor pastelería/cafetería de Elizondo) y los suyos dorados (atesora en ellos cada rayo de sol que acaricia su valle). Ambos tenemos la mirada hambrienta.
Pozos sin fondo que todo el amor del mundo no podrían llenar.

domingo, enero 29, 2006

Diario de una abuela de verano

"En los diarios y en las memorias no hay escapatoria para el escritor, es él quien es ridículo, almibarado, pesimista, o inconexo, no sus personajes. Y aunque esto no sea así, el hecho de aparecer más flagrante el delito y la experiencia personal, nos hace ser más precavidos, más cuidadosos, más meticulosos. Por lo tanto, la dificultad, por lo menos para mí, reside en ese trabajar a cuerpo descubierto sin coraza que me proteja ni sombra que me matice la luz.
De todos modos, me digo esta mañana cuando ya asoma la pereza y se escapan las ganas de escribir con que me senté a la mesa, cuando afuera todavía las sombras de la noche disputaban el imperio a la luz naciente del sol, ¡qué difícil es escribir!, sea poesía, prosa, memorias o ficción. Y sin embargo qué apremiante, qué ineludible. Alguien comparó la escritura y la pulsión que provoca con los efectos de la droga dura cuando se llevan muchos años sin poder prescindir de ella: ya no se toma por el placer que proporciona sino por la ansiedad que destierra. Y es que cuando nos llega la inspiración, es decir, la obsesión, y ya nada en el mundo tiene la contundencia ni la realidad de la ficción que estamos creando, la obsesión es de tal calibre que lo que vivimos es la vida de los personajes y en consecuencia se nos escatima el placer que tendríamos si fuéramos conscientes de que efectivamente estamos escribiendo y creando. De ahí que me sea imposible recordar los momentos de exaltación creadora que he vivido y sigo viviendo porque estoy en la piel de mis personajes y no en la mía propia, y sólo recuerdo el esfuerzo ímprobo que supone escribir cuando todavía no tiene forma ni cuerpo la creación que vislumbro y no dispongo de más arma de lucha que la constancia y el trabajo".
Rosa Regás
Rosa Regás, como cada año desde 1990, recibe sagradamente el mes de julio acompañada por sus nietos. De esa experiencia, nace este libro.
Confieso que cuando me lo prestaron, me alarmé al leer la sinopsis. No entraba en mis planes dedicar demasiado tiempo a un libro que me contara anécdotas estivales protagonizadas por catorce niños de variadas edades. Pero me sorprendí. Si hay alguna anécdota, está sutilmente engarzada con el propio espacio de la autora que insinúa pasajes de su propia vida, retazos de sus pensamientos, certezas e incertidumbres. Consigue así un resultado tierno en su medida justa, un libro ameno de leer, pero que te ayuda a plantearte tus propias preguntas sobre educación, política... o el paso del tiempo.

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viernes, enero 27, 2006

Los días

Ana tenía un trabajo de pena, esclavo y mal pagado, horas de sueño sin sueños, puro cansancio cayendo sobre ella como una lápida; pero ayudaba a pagar la hipoteca.
Vivía con la sensación de que se había extinguido la luz. El acto de comer convertido en una obligación para mantenerse en pie al final de la jornada. Entrando con la primera claridad grisácea y saliendo abrazada por tinieblas de aquella cocina que veía como una trampa sin salida.
Sus hermosas manos, de las que se había sentido tan orgullosa, pobladas de feos surcos rojizos, la piel escamosa y áspera, por causa del vinagre, del agua helada y los detergentes más abrasivos y baratos del mercado.
El dueño de la cafetería era un hombre repugnante. Gemelo de Nosferatu, con tez cerúlea, nariz aguileña y apenas dos pelos sobre su calva, gustaba de quedarse en la puerta de la cocina observándola, sigiloso, hasta que ella al girarse se sobresaltaba con su presencia. Siempre tenía alguna recriminación que hacerle con voz despectiva:
-¿Es que no has visto que el urinario de caballeros ha vuelto a atascarse?
Se quedaba observándola y casi como por casualidad, se rozaba con ella cuando pasaba cargada camino del baño. Aquel olor a orín, lejía pura y agua caliente se incrustaba en sus fosas nasales produciéndole unas náuseas que le cerraban el estómago y la acompañaban el resto del día.
Así era su vida. Jornadas interminables y noches cortísimas: recoger a los niños de la guardería, llegar a casa y poner la lavadora, bañar a los niños, preparar la cena y la comida del día siguiente..., y en ocasiones, quedarse dormida con la cuchara de palo en la mano, despertándose con el olor a quemado de una olla en la que, a fuerza de hervir, se había evaporado el caldo.
A veces, sólo a veces, al levantarse por la mañana, hubiera dado cualquier cosa por tener que cuidar sólo de sí misma. Pero comenzaba un nuevo día, no había tiempo de pensar demasiado y quizás, en el fondo, esa era incluso una pequeña bendición: no pensar. Y así un día, y otro, y otro, y...

* * *

Ana viviría condenada, atrapada por siempre en la espiral de un argumento. Agustín Ribadulla y Vélez fue encontrado muerto por su asistenta en la mañana de Todos los Santos. El escritor, que en la última entrevista para "El dominical" confesaba: "No puedo escribir finales felices en noviembre", descansaba la cabeza sobre las páginas de su último e inconcluso relato.

Tana Guiance, de "Nana de espuma y otros sueños agridulces"

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miércoles, enero 25, 2006

Cuaderno de Viaje. Mediodía en Labakía



Una de las muchas razones por las que les amo es porque me respetan en mis silencios.

-Ven -me dicen señalándome el sofá-, la chimenea está encendida.

Pero yo prefiero permanecer en la cocina. El extractor está encendido y su rugir acompasado e inalterable me resulta atrayente, casi hipnótico.

-Tengo que vigilar el guiso.

No insisten. Echo un vistazo al reloj calculando el tiempo que necesita la mezcla de vino y agua para convertirse en salsa, y me acomodo junto al radiador sentándome en una silla de anea con un libro en las manos. A ratos, levanto la vista del libro, compruebo la hora, doy un par de vueltas al guiso y, al sentarme, me permito recrearme en el paisaje que se ve más allá de la ventana que tengo enfrente.

Soy tan insegura, que a veces temo que la comida no vaya a salirme bien. Ellos se ríen. Como si mi temor fuera descabellado, algo totalmente imposible. Me pregunto si también les alimento espiritualmente de algún modo, o si mi única misión consiste en llenar sus estómagos. Entonces, uno de ellos, el más joven, se acerca para abrazarme.

-Mira, huele. La chimenea ha venido a ti.

Y es cierto. Huele a humo. Reconforta. Y de repente, mis temores se han ido..., por el momento. Se me escapa un suspiro. Soy feliz.

martes, enero 24, 2006

Entre hábitos y rarezas

He sido invitada por Max a describir cinco de mis extraños hábitos. Confieso que busqué en el diccionario las palabras hábito y manía. Por si acaso. Tal como pensaba, si a la descripción de hábito, le sumo el calificativo extraño... vienen a dar a lo mismo. Vamos, que se trata de confesar cinco habituales manías. Bien. Antes de meterme en faena, debo comenzar por copiar las bases del juego.
"Las personas que son invitadas a escribir un mensaje en su respectivo blog a propósito de sus extraños hábitos, deben también indicar claramente este reglamento. Al final, debéis escoger 5 nuevas personas y añadir el link de su blog o diario web. Es importante dejar un comentario en su blog, diciendo... "Has sido elegido" y decirles que lean el vuestro, para que acepten o no el reto".
1. Empezar el día en silencio. No enciendo la radio. No enciendo el televisor. No escucho música... Hay días en los que tengo prisa porque debo reponer el contenido del frigorífico y la despensa. Otros, en los que he quedado con alguna amiga para acompañarla a comprar algo concreto como ropa, perfume, maquillaje o lencería de hogar. Pero eso sólo sucede de cuando en vez así que, la mayoría de los días en los que estoy sola -algo que depende de los turnos de trabajo que lleve mi marido-, me preparo un té o una infusión bien caliente -mis preferidos son el lady grey, earl grey o el mixté de Hornimans que lleva una mezcla de té negro, pimienta negra, cardamomo, canela y clavo-, pongo la taza con la infusión sobre un calentador en el que brilla la luz de una vela diminuta, que impedirá que a los cinco minutos se haya quedado frío el contenido de la taza. Y leo. Leo durante una media hora por lo menos, mientras voy dando soplidos y sorbitos, para no quemarme la lengua. Luego me pongo a hacer lo básico de la limpieza diaria y con suerte, encuentro hueco, como hoy, para escribir un rato.
2. Llevarme el disman cuando voy a hacer la compra. Así se me hace más amena la espera en la pescadería o la carnicería y no me des-espera tanto el paso de ese tiempo, que con gusto estaría invirtiendo en otra actividad. Claro que... ¡Qué caray! Ir a la compra forma parte de mi trabajo y no todo el mundo puede escuchar con el volumen a tope sus canciones favoritas, mientras está trabajando.
3. Servirme una copa mientras cocino. Puede ser una copa del Rioja o Cariñena con el que regaremos la comida, o un gin tonic, pero es rara la vez que no hay algo acompañándome en mi hora punta de mixturas alquímicas.
4. Llevar un libro y un cuaderno en el bolso -amén de bolígrafo y portaminas, por si las moscas-. El libro puede olvidárseme en alguna ocasión -sobre todo si llevo el discman, que abulta y pesa lo suyo-, pero el cuaderno, nunca.
5. He dejado el hábito más vergonzoso para el final. Evito coger el teléfono cuando no me apetece hablar. Es superior a mí. Los más allegados tienen mi móvil y no dudarían en llamarme si tuviesen alguna urgencia. Si no es así, y necesito silencio, lo demás puede esperar...
Ahora, invito públicamente a contar alguno de sus Extraños Hábitos a Sira, Beclen, Brisa, Elbúcaro, y Ernesto. (Se me hacen cortas las invitaciones, ¡Cuántos nombres han quedado atrás...! Espero que, por medio de Ernesto, les llegarán).

domingo, enero 15, 2006

Labakía (2ª parte)

En la primera planta, se encuentran los dormitorios -dos de dos camas y uno de matrimonio- y los baños -uno con plato de ducha y otro con bañera-. Podría poner fotos de las habitaciones, para que viérais cuán acogedoras son. Pero prefiero hacer otra cosa. Voy a mostraros lo que nos rodea, cuando estamos allí.

El dormitorio de matrimonio no tiene ventana. En vez de ello, una puerta acristalada nos lleva al balcón de la fachada de la casa. Ver amanecer desde allí es todo un espectáculo. En esta época del año, la niebla entra sigilosa y va reptando en las primeras y las últimas horas del día, desvaneciéndose en las horas centrales, como por arte de magia.


Como somos animales de costumbres, mis hijos utilizan las mismas habitaciones que eligieron la primera vez. Ésto es lo que el mayor ve desde su ventana, situada en el lateral: el columpio, el banco de madera y el reflejo del sol en las cumbres nevadas del fondo.

Pedro e Inma alquilan dos casas más -que la primera vez que fuimos, estaban en construcción-, la Karakotxeco borda norte y sur. Poco importa en realidad a qué casa acudáis, porque el trato que recibiréis será el mismo, correctísimo, y todas ellas estarán igual de limpias.


Y ya para terminar, no me resisto a enseñaros una foto de uno de nuestros vecinos. No sé su nombre. Yo le llamaba El Gran Gris. Es un gato tan hermoso como amable que acudía a visitarnos regularmente y nos observaba desde una de las ventanas de la cocina.

Ya lo sabéis. Si estáis pensando en relajaros y os planteáis visitar el Valle del Baztán, acordaos de Azpilcueta y de las casas que os he nombrado -si alguien quiere un teléfono de contacto no tiene más que pedírmelo-. Y si por casualidad vais a parar a Labakía... tratadla bien. Cuidadla... como si fuera mía.

Labakía


La primera vez que fui a Azpilcueta, hace siete años, localicé la casa en uno de esos anuarios de turismo rural. El libro era en blanco y negro y poco te podías fiar de las fotografías que lo ilustraban. Por aquel entonces, Pedro e Inma alquilaban Labakizarra, la casa matriz -preciosa y enorme, con tres habitaciones dobles y una de matrimonio- y Labakía, la que se ha convertido en el amor de mi vida -el tamaño justo para que yo la considere espaciosa, pero acogedora-.
Labakía tiene, en la planta baja, un salón con chimenea.


Una cocina a la que no le falta detalle -lavavajillas, microondas, despensa con frigorífico-.


Y la zona de comedor anexa a la cocina.

sábado, enero 14, 2006

Tic, tac...

Son las 12:01 en el reloj de mi habitación. Si su hora es correcta, acaba de mudar el día. No estoy segura. Mis relojes nunca coinciden. ¿Hechizo o maldición? ¡Quién sabe!
Tengo tanta lectura atrasada, que he decidido posponer la hora de irme a la cama para ir poniéndome al día.
Quisiera estar todavía a pie cuando él llegue de trabajar, a las 2:30, para preguntarle cómo le ha ido la tarde, y disfrutar de su calor a medida que se va relajando. Se ducha, se acuesta... Sus músculos se sueltan y aunque no es consciente, se agita y se estremece hasta que, finalmente, el sueño le alcanza y se acurruca mansamente abrazándome por la espalda.
Suelo hacerlo. Esperarle. Pero es viernes y acuso la falta de sueño.
La primera alarma suena a las 6:45 -mi hijo mayor, al que le queda el instituto más lejos, me da un beso de buenos días y se mete en la ducha-. Cinco minutos después de que se haya despedido con otro beso, suena la segunda alarma. A las 7:35 mi hijo pequeño viene a decirme que no me preocupe, que ya está despierto -cuando se acuerda, claro; otras veces me levanto para despertarle y cuando me ve, pega un respingo "¡Ups! Lo siento, se me olvidó" y yo, que había acudido descalza, vuelvo a refugiarme en la cama de un salto, con los pies fríos. Le oigo pulular por el baño y la cocina y cuando viene a despedirse, entre el beso y el abrazo le voy preguntando: ¿Te has cogido el almuerzo? ¿Te has echado desodorante y colonia? -Se ducha por las noches y como es un despistado, le pregunto, por si acaso...- ¿Llevas el trabajo de Filosofía? ¡Venga, que vas a llegar tarde!... ¡Que tengas una buena mañana!
Son las ocho y cuarto. Podría intentar dormir un rato más, pero sé que es inútil. Tengo los ojos como platos y habría saltado ya si no fuera por el frío que hace -la casa se ha quedado a 15ºC durante la noche-. Remoloneando bajo las mantas pienso en todo lo que tengo que hacer. ¡Venga, va! Un salto y ya estoy en el baño -el piso es chiquito-; me aseo, pongo la lavadora y friego todo lo que ha quedado de la cena mientras pienso qué voy a preparar de comida. Echo un vistazo a la despensa y el frigorífico y comienzo a hacer esa lista que probablemente se quedará olvidada sobre la encimera de la cocina.
Así de lunes a viernes. El lunes estoy despejada, también el martes. El miércoles me da un poco el muermo a partir de las diez y media de la noche. El jueves aguanto estóicamente. El viernes...
He apagado la calefacción a las once y la casa se ha ido enfriando. Nuestra habitación se queda helada porque da a las escaleras del edificio y nada la calienta. Tengo las manos frías, los pies, todavía no. He cabeceado una vez mientras releía lo escrito. Será mejor que me acueste con un libro antes de que me enfríe del todo. No sé si llegaré a leer algo, ¡Me pican tanto los ojos! La culpa es del reloj. Ahora que todo se ha quedado en silencio, se ha puesto a acunarme: tic-tac, tic-tac. Es difícil resistirse. Tic-tac, tic-tac, tic...

miércoles, enero 11, 2006

El regreso

Fotografía "Brétema": Tana Guiance
Es difícil regresar. También es difícil explicar esa vaga sensación de no haber vuelto del todo. Saber que has encontrado el lugar exacto donde quieres estar. Un lugar donde nada sobra y nada falta. Y resistirte a abandonarlo. Como si esas brétemas que me rodearon formaran una especie de limbo protector.Ésto sólo me pasa cuando salgo de Azpilcueta, de Labakía.
Él lo sabe y de algún modo lo entiende. Conduce todo el camino de vuelta sin esperar que yo le dirija la palabra. A ratos me escucha tararear las canciones que conozco; y a pesar de ello, es consciente de que no estoy allí del todo. Se limita a apretarme la mano. Como si fuera algo de vital importancia. Lo único que me ata e impide que me ausente en mi totalidad.
Siempre me sucede lo mismo. Cada vez se me queda un trocito de alma enganchada en aquellos parajes. Una vez en casa, necesito silencio. Evocar aquel silencio que fue mío durante unos días. No enciendo la tele, ni la radio... pero es inútil. El encantamiento deja de surtir efecto tarde o temprano y de repente, estoy de vuelta. Con sensación de vértigo en las tripas. Como si hubiera utilizado las botas de siete leguas.

Ya estoy aquí. He vuelto.