El recuncho de Tana

Todos necesitamos un lugar propio. Un sitio seguro desde el que asomarnos a esa niebla en la que nos arriesgamos a pescar dulces sueños... o ácidas pesadillas. Éste es el mío.

Nombre: Tana
Ubicación: Zaragoza, Spain

Érase una vez una mujer que buscaba. Encontró la perfección en la combinación de las palabras y el silencio. Y por eso, siempre estaba acompañada de libros. No renegaba de sus rarezas, se complacía en ellas. Era un poco desastre, pero auténtica. Sí, yo soy ella. A veces dura, a veces tierna... siempre imperfecta.

lunes, junio 26, 2006

Mujercitas I

Había ido alimentando su rabia y esta había ido creciendo, como hacen todos los pensamientos y sentimientos negativos si no se eliminan de inmediato.
Mujercitas de Louisa May Alcott
Hay personas que opinan, y lo dicen con mucha autoridad, que las peleas son necesarias, la sal de la vida, sobre todo en las parejas; porque si la discusión es ágria, tanto más dulce será la reconciliación. Mi suegro es de esos y hasta donde yo sé, Andrés no ha echado de menos jamás los gritos que escuchaba en su casa; es más, procura ir por allí lo menos posible porque a pesar de la edad, el zorro ha perdido la fuerza... pero no las mañas.
Hay personas que dicen que dos no riñen si uno no quiere; así que aguantan, y aguantan, y siguen aguantando -esperan, no sé qué esperan, quizás que los demás se den cuenta de que son ellos los que ceden contínuamente-. Hasta que un buen día se cansan. Dan un golpe en la mesa y dicen que hasta ahí han llegado, que el vaso de la paciencia se les ha desbordado y ya no hay marcha atrás. Así es mi padre.
Parecían una pareja ideal: alto, moreno, sociable y guapo, él; bajita, menuda, rubia y elegante, ella. Cuando él dio el portazo y ella paseó su desgracia por todo el pueblo, nadie se lo creía.
¡Pero si se os veía tan bien, érais la envidia de todos! ¡Pero si nunca discutíais!
Una discusión. Sólo hubo una y tuve que presenciarla.
Teeeeere, la niiiiña..., decía él. Pero ella me cogía por los hombros y me ponía en medio diciendo: ¡Qué más da, que se entere, ya es hora de que se entere!
No me enteré de mucho, la verdad. Supongo que me bloqueó saber que él no volvería a vivir con nosotras. Lo que sí supe es que yo -a pesar de lo que mi madre me había gritado cuando la oí llorar en la habitación e intenté consolarla "¡Vete de aquí, eres igual que tu padre!-, no era como él. Yo no me iba a callar.
No me gusta discutir. Cierto. Pero tengo mucho genio y suelo decir lo que pienso así que mis diez minutos de rebelión son tremendos. Lo sé y he procurado suavizarlos, pero no sofocarlos. Debo hacer auténticos esfuerzos, porque no puedo evitar que las tripas me susurren que todo se ha acabado cada vez que surge un desacuerdo -¡Cuánto nos han marcado algunas cosas de la niñez!- y lo más sencillo sería callar. Pero no. Mejor echarlo fuera para que no pueda hacerse grande y desbordar.
Yo quiero ser Meg, la dulce Meg; pero debo confesar que es Jo quien gana en mí la partida. Así que me tomo las discusiones muy en serio pero procurando que no me pase lo que a ella. Nunca debemos acostarnos enfadados. Cada veinticuatro horas se cierra un capítulo y no hay que permitir que la rabia y los malos sentimientos vayan más allá de ese cortafuegos.

domingo, junio 25, 2006

La casa de las bellas durmientes

Al llegar a la posada, noche cerrada, el silencio y la clandestinidad, la mujer sólo hace una advertencia al viejo Eguchi: no debe hacer nada de mal gusto. Después, le franquea la puerta de la habitación donde la joven, sumida en un sueño lisérgico, descansa tendida sobre la cama. No puede despertarla. Sólo dormir con ella.
Noche tras noche, Eguchi deshojará el secreto de la belleza y la soledad, acostado junto a hermosas jóvenes que ignoran su presencia.
Prosa poética, a mi parecer. Elegante. Da qué pensar. Éste es el libro en el que se inspiró García Márquez a la hora de escribir su última novela: Memoria de mis putas tristes. No voy a decir con cuál de las dos me quedo. No sería una decisión fácil pues en el fondo son estilos totalmente diferentes. Eso sí, mientras leía, me iba imaginando alternativamente, una novela en la que la protagonista fuera una mujer que pagara por dormir, sólo dormir, al lado de un joven atractivo. ¡Cuán placentero resultaría, a esa edad en la que físicamente ya no nos sentimos foco de atracción sexual, sobre todo en hombres más jóvenes, poder compartir la tibieza de unas sábanas y un hermoso cuerpo! Acariciarlo con suavidad y obtener, quizás, durante su sueño, una reacción física que no se daría si sus ojos estuvieran abiertos y, consciente, contemplara a la anciana que reposa la cabeza en su misma almohada.
Sí, me ha dado qué pensar...

Etiquetas:

miércoles, junio 14, 2006

XI Festival Internacional Jávea-Xábia

Cada año, por estas fechas, se celebra en Jávea el Festival Internacional. En él, trabajan estrechamente la mayoría de las nacionalidades que habitan la población, con el propósito de ofrecer lo mejor de sí mismas: cultura, gastronomía, diversión..., tres alegres y cálidas veladas que os invito a disfrutar a aquellos afortunados que os encontréis por sus inmediaciones.
Estarán compartiendo con todos aquellos que os animéis a acercaros: Alemania, Austria, Argentina, Bélgica, Casa de Andalucía, Colombia, Ecuador, Francia, Holanda, Hungría, Irlanda, Italia, Marruecos, México, Reino Unido, Suiza..., no sólo sus exquisiteces culinarias o sus vinos, sinó su música o sus danzas.
No os perdáis el broche de la noche del día 15. A las 22.15h... Jazz... "Swing Brother, swing". La música de Billie Holiday. Si tan sólo estuviera allí...

lunes, junio 12, 2006

Historia de un abrigo

La mujer que busca en los armarios de sus hermanas y su padre viudo el abrigo que había pertenecido a su madre señala, en el itinerario de su búsqueda, las pistas por donde transcurrirán otras historias. Los momentos de gloria de un fotógrafo profesional que tuvo que dejar la fotografía para sacar adelante a una familia numerosa, los sueños y tribulaciones de los adolescentes, la pérdida de la memoria, la soledad de una madre que se siente rechazada por su hijo, la dificultad de hacer frente a las enfermedades, la perplejidad de la edad madura, el precio de las aventuras clandestinas, el anhelo del viaje, la hostilidad de los territorios desconocidos, la irrupción de la luz en medio de la oscuridad, la curiosidad que inspiran los vecinos, las dudas antes de tomar una decisión...
Un abrigo, algo muy personal, material, casi insignificante, tiene su historia, que no es la de las guerras y los tratados internacionales. Es la historia que no suele ser visible, la historia en la que nos toca definirnos todos los días, sin excepción, la historia que nos forja, una historia que se compone de multitud de historias.
A estas horas, Soledad Puértolas está en la Universidad Popular de Zaragoza. Ayer terminó, también aquí, la Feria del Libro y supongo que la presencia de la autora es un broche de cierre de lo más delicado.
He pensado en el artículo de Kafkaprocesado y por un momento me he planteado asistir con mi ejemplar y pedirle, al terminar, que me lo firme. Su libro me gustó mucho, lo suficiente como para pedirlo de regalo de cumpleaños el año pasado. Luego, se me han apoderado el calor, las pocas ganas de asistir sola, el que quisiera tener una buena pregunta para hacerle y sé que no se me ocurrirá..., y el tiempo que hubiera perdido en el trayecto, lo he ocupado en comenzar a leer de nuevo su libro, armada con un lápiz de color azul. ¿Qué me susurrará este año? Hay libros que cuentan cosas distintas en diferentes lecturas. Destacan en color grafito, las confidencias anteriores, lo ya subrayado.

Etiquetas:

sábado, junio 10, 2006

La puerta del verano

Esta es la imagen que guardo de mi última visita a Jávea; y es lo primero que espero ver cuando llegue. Volveré en unos días y se abrirá para mí la puerta al verano. Me asomaré a la terraza y veré las palmeras y ese mar que me está esperando. De camino, iré escuchando a Corinne Bailey con su "Put your records on" y cuando llegue el estribillo subiré el volumen y cantaré con ella:
Girl, put your records on, tell me your favourite songs
You go ahead, let your hair down
Sapphire and faded jeans, I hope you get your dreams,
Just go ahead, let your hair down...
You're gonna find yourself somewhere, somehow


miércoles, junio 07, 2006

Catorce lamentos. Ejercicio de escritura

Lamento que Almodóvar no me haya visto con estos pelos y blandiendo una pata de jamón. No sé qué habría sido entonces de Carmen Maura, pero estoy segura de que a mí me estaríais viendo en cartelera.
Lamento llevar colgado el cartelito de "rara" porque no tengo los mismos gustos que mi madre -que se tiene por una de las mujeres más elegantes y agraciadas del mundo mundial- y siempre se está quejando de ello ante la familia, sus amigas, sus vecinas, "mis" amigas...
Lamento que mi padre juzgue mi bienestar basándose en mi aspecto y que lo preimero que me diga es cómo me encuentra, dependiendo de que haya engordado o adelgazado un par de kilos desde la última vez que me vio.
Lamento que mi don para hacer crecer las plantas no esté mejor aprovechado. Mi casa está orientado al norte y sin el calor y la luz del sol, casi nada crece.
Lamento no ser más alta porque, al menos, aunque no estuviera más delgada..., lo parecería.
Lamento que el cierzo me arrebatara el rosal, el único que pese a las leyes de la jardinería puso todo su empeño en regalarme sus flores durante un tiempo -cabezota, como yo-. Tuvo que venir el viento para enseñarle que los rebeldes no llegan lejos.
Lamento no poder volver a Manderley. Hubiera amado todos sus rincones y Chelsea, ocuparía el lugar de Jasper. No me hubiera dejado amilanar por el recuerdo de Rebeca, y hubiera sabido poner en su lugar a la Señora Danvers.
Lamento que todo lo que me parece apetecible rebose calorías: los jugosos "mon cherî", las cremosas salsas, los quesos en todas sus variedades, el pan más crujiente, el vino fragante, el más dulce de los licores y el más amargo de los chocolates.
Lamento, sobre todo, no saber ayudar a aquellos que sé que están sufriendo; no encontrar la palabra o el gesto que les conforte y tener que conformarme con esperar a una distancia prudente. Esperar. Nada más. Respetar su silencio. Y seguir esperando.
Lamento no llegar a los catorce lamentos pero, la verdad, lamentarse me parece patético y no conduce a ninguna parte. ¡Qué coño! Rectifico. No lamento no llegar al cupo establecido -mi espíritu de contradicción prevalece- además, lo de que fueran catorce fue sólo una sugerencia... ¿No?

Etiquetas:

domingo, junio 04, 2006

Depresión

Desde la habitación de Lolita se veía, en lo alto de la loma, la tapia encalada del cementerio. Han pasado años, pero todavía recuerdo el silencio que se instaló en casa tras su muerte. Las únicas risas permitidas eran las de Puerto, que apenas tenía dos años, y restallaban como latigazos en aquel vacío. Mamá no hablaba apenas y Elena, intentando suplir en lo posible a nuestra hermana mayor, se había hecho cargo de la pequeña sin que nadie se lo pidiera.
-Ahora eres el hombre de la casa -había dicho mi padre al embarcar-, cuida de tu madre y tus hermanas.
¿Cómo se puede cargar una responsabilidad así sobre un niño de catorce años? Me lo tomé al pie de la letra. Elena pasó a ocuparse también de la casa y la comida. Mamá dormitaba todo el día y si se levantaba era para sentarse junto a la ventana desde la que Lolita había visto transcurrir sus últimos días y acunarse a si misma con un ¡Ay! ¡Ay! casi inaudible. Elena y yo parecíamos una pareja de enanos con Puerto en medio.
La primavera pasó sin pena ni gloria y el verano se iba escurriendo dejándome apenas un olor a mar -impensable hacer una escapada a la playa-. Las hermanas de mi padre, solteronas asustadizas de cara afilada y ojos inquisitivos, venían al terminar de comer, con la excusa de acompañar a mi madre. Todos teníamos que rezar el rosario del Padre Peyton que, decían, hacía permanecer la familia unida. Hoy me río de eso y de muchas otras cosas, pero en aquel momento parecía algo importante, al menos para mi madre.
En casa el ambiente seguía siendo asfixiante. Si se nos escapaba alguna carcajada al jugar, o al hablar con los vecinos, mi madre nos dirigía una mirada que era puro hielo; no hacía falta más para callarnos.
No había esparcimiento posible. Así era el luto. Cada fin de semana venía mi padre y el ambiente se relajaba un poco, lo justo. Pero seguía siendo también mía la obligación de acompañar a Dorinda y Asunción a su casa, cada atardecer. Impensable que dos mujeres de su condición circularan a aquellas horas sin compañía. ¡Qué iba a decir la gente!
Lo que más rabia me daba de esto, es que mi rato de esparcimiento en el Cine Quiroga se veía siempre interrumpido. No podía ver ninguna película hasta el final y era mi primo Berto el encargado de contarme los desenlaces al día siguiente.
-No lo entiendo. Tú eres mayor que yo y siempre tienes que estar en casa antes.
-Ya sabes, las tías, que tengo que llevarlas hasta su casa.
-¿Y no se pueden esperar un rato? Total... si no van a ir solas...
-¡Ya! ¡Dile eso tú a mi padre...! No están las cosas en casa como para...
Mi último día en los cines coincidió con la proyección de Gilda. Yo veía el reloj. Los minutos pasaban inexorables. Mi hora se acercaba. Pero no quería, no podía, irme sin ver la desnudez de aquel brazo del que tanto había oído hablar.
El bofetón que me dio mi padre por llegar tarde, resonó igual que el que vi en la pantalla y no pude por menos que comparar ambos: el de ella tan sensual, la melena tapando a medias su rostro ladeado; el mío, sin ningún tipo de glamour dejándome en la boca un regusto acerado.
-¡Despídete del cine! ¡Estás castigado!

Tana Guiance

Etiquetas: