El recuncho de Tana

Todos necesitamos un lugar propio. Un sitio seguro desde el que asomarnos a esa niebla en la que nos arriesgamos a pescar dulces sueños... o ácidas pesadillas. Éste es el mío.

Nombre: Tana
Ubicación: Zaragoza, Spain

Érase una vez una mujer que buscaba. Encontró la perfección en la combinación de las palabras y el silencio. Y por eso, siempre estaba acompañada de libros. No renegaba de sus rarezas, se complacía en ellas. Era un poco desastre, pero auténtica. Sí, yo soy ella. A veces dura, a veces tierna... siempre imperfecta.

sábado, septiembre 30, 2006

Aniversario

De nuevo es 30 de septiembre y hay que añadir un año más al recuento. Hoy, por cierto, se ha casado, allá en Marín, la niña que conozco desde que nació, hija de una vecina, la mejor de las vecinas -lo más parecido a una hermana chica, la última persona que estuvo conmigo a solas hasta que subí al taxi que me condujo hacia mi matrimonio- y que subió a mi casa a jugar desde bien pequeña. Todo el día he estado pensando en ella y en que, a partir de esta fecha, compartiremos aniversarios.

jueves, septiembre 28, 2006

Carta al padre



Poco puedo decir de esta obra, pequeña pero intensa, que me ha acompañado en la playa estos días. Es un escrito íntimo, un lamento, un ajuste de cuentas, un vomitar toda la amargura que al autor le ha producido crecer a la sombra de un padre autoritario al que culpa de utilizar el desprecio como método educativo. Cualquier cosa vale a fin de conseguir forjar un carácter firme en él. En realidad, sólo consiguieron infiltrarle el veneno de la inseguridad y un fuerte sentimiento de culpa; culpa por no estar a la altura de lo que de él se esperaba.

Es muy peligroso proyectar nuestras expectativas en vidas ajenas, aunque sean las de nuestros hijos. Cada uno debe tener sus propios sueños, sus propias metas..., eso sería lo justo.

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lunes, septiembre 25, 2006

Las penas con pan son menos. 20-9

Lo creen convencidos y entre los tres, lo mejor que pueden, lo llevan a la práctica. Tengo los horarios totalmente trastocados y aunque los días se me hacen largos, me da la impresión de que estoy “en un pienso”, vamos, que no hago otra cosa que comer. Pan recién hecho para el desayuno, mantequilla, mermelada, quesos, embutidos, zumos y té. Picoteo lo justo. Toma un poco más, me dicen, que no comemos hasta las tres y la mañana es larga.
Me voy antes de que amanezca. La mayoría de las veces mis pasos me conducen a Cala Blanca. Tengo poco más de un kilómetro de paseo hasta allí. Así que, para cuando regreso con el pan del Austriaco y algún cruasán –que no oso ni probar-, llevo caminados mis tres kilómetros mañaneros. No es mucho, pero peor sería no caminar absolutamente nada y quedarme contemplando el mar y la salida del sol desde la terraza del ático, una opción muy apetecible. Pero me obligo. Me impongo el salir y mover las piernas y cuando llego al final del camino y ya sólo quedan el mar inmenso y las rocas, me regalo enviar el mensaje a algún amigo para ponerles al tanto, para no tener que repetir a todos cuando regrese, la historia de la que ya no está, no tener que revivir de nuevo su final; la mesa fría de aluminio pulido, su cabeza apoyada en mi brazo, la anestesia, sus ojos que ya no volverían a abrirse, la sobredosis, los temblores de su cuerpo, su pelo suave en mis labios, tantos últimos besos, y el frío que se la llevo a ella y se me ha quedado por dentro.

Vamos a la Cala del Portitxol, a la Playa del Portet, en Moraira, o simplemente al Arenal, que tenemos frente a la casa. Llevo lectura y no me concentro, garabateo líneas inconexas en un cuaderno con las que intentaré conseguir algún texto coherente que colgar en mi bitácora. Llega la hora de comer.

Vamos a un restaurante casero cerca del puerto ubicado en una casa muy pulcra, a pie de calle, blancas paredes en el comedor, blancos azulejos decorados en azul alicatan hasta el techo su cocina. Comemos en una terraza a pie de playa, sardinas a la plancha, fritura de pescados, chopitos... Sonrío, sonrío mucho, aunque la mitad de las veces no me entero de lo que hablan, así no me preguntan en qué pienso, así no me dicen que tengo que estar bien, que a ella no le habría gustado verme así. Lo hacen con buena intención. Su intención siempre es buena. Pero no me consuela.

La hora de la siesta. Me duermo agotada, ya no hago ruido cuando lloro. Las lágrimas se deslizan mansas. Pienso en la manta de cuadros roja, esa manta tan dulce que cojo en casa para taparme cuando me echo sobre la cama y la veo a ella, pegando saltitos y conduciéndome hasta el dormitorio, la veo como se sube de un salto y se hace una rosca en el hueco que se forma en mi regazo, descanso con un brazo sobre su cuerpecito suave, sintiéndola respirar, compartiendo calor y compañía.

Les gusta cenar temprano. Demasiado temprano. Pienso que ni siquiera hemos digerido correctamente la comida del mediodía, pero invariablemente nos espera la cena con unos amigos en el paseo marítimo, la pantagruélica barbacoa buffet en el ático, la visita a un par de restaurantes estupendos..., lo hacen por mí. La comida está exquisita, tendré cosas que comentar en mi “rincón del gourmet”.

Esto no habrá terminado hasta que regrese a casa. Todavía sueño que he tenido una pesadilla horrible y ella me estará esperando cuando abra la puerta. En vez de ello, se agazaparán en la entrada la soledad y el hambre. Tendré que obligarme a cerrar la espita de mis lágrimas y mi estomago de nuevo. No va a ser fácil.

Sola

Ella, que era toda corazón y algarabía, serena un tanto por la edad y los límites que marcan los años, se fue casi en silencio, apenas un puñado de quejidos inconscientes. Intentaba seguirme pero insegura y sin fuerzas, se quedaba en pie, en medio del pasillo, camino a ninguna parte porque no quedaba camino alguno que recorrer y su tiempo se agotaba. Yo sólo podía acercarme y ponerme en cuclillas a su lado y sin atreverse a tumbarse, intentando estar en pie, apoyaba su cabeza en mis rodillas y me miraba, como si yo pudiera ayudarla, cuando mi única ayuda consistiría en no abandonarla, en quedarme a su lado hasta el final, prometiéndole que siempre estaríamos juntas, que siempre la llevaré conmigo; porque yo no olvido.

domingo, septiembre 24, 2006

Retomando el 17 de septiembre

He estado ausente una semana, una semana difícil. El domingo pasado, mientras preparaba nuestra inminente partida hacia la playa y el relax, Chelsea también se despedía; un adios discreto, como hace la buena gente, aquellos que son todo corazón y no pretenden dar la lata a nadie con sus penas y sus males. No me quedó cuerpo de ir a ningún lado, pero las vacaciones no eran sólo mias...
Me fui a llorarla a la orilla del mar, entre brisas y retumbar de olas. Las lágrimas parecen hechas para los días de lluvia pero el sol no consiguió frenar las mías. No recuerdo haber llorado tanto. Nunca. El Mediterráneo ha tenido un sabor agridulce estos días, si lo habéis notado..., echadme a mí la culpa.

sábado, septiembre 16, 2006

Las mujeres entienden

En la película "Cosas de mujeres" lo dicen las protagonistas varias veces: las mujeres entienden. Creo que tienen razón. Podemos tardar más o menos, pero acabamos entendiendo, y diciendo abiertamente lo que nos gusta y lo que no.
-¡Por favor, señor, ayúdame, déjame descansar un poco! ¡Tranquilo, tranquilo, tranquilo...! (Practicamente agotada)
-Cora, ¿Estás bien?
-No. Si. No, no, no lo estoy. Es horrible. Esto es un infierno. Primero hay que alimentar al bebé, luego cambiar al bebé y el bebé debe dormir, pero no lo hace y llora, y luego tengo que lavar toda su ropa porque siempre saca algo de un extremo o de otro, así que si él duerme, yo lavo, y luego se despierta y todo vuelve a empezar y no consigo sentarme; y estoy empapada de leche y de sudor y lo detesto. Creí que sería una experiencia preciosa. Nadie me avisó. (Desesperada y al borde de las lágrimas)
-Necesitas salir.
-¿Y tú..., por qué lloras?
-No puedo evitarlo, siempre lloro cuando lloran los demás. No es nada..., es porque mi marido es un cabrón.
-Necesitas salir. (Risas mezcladas con las lágrimas).
Es cierto, nadie nos avisa, pero aunque lo hicieran... ¿Quién no se ha sentido desbordada alguna vez? ¿Quién? Y no creo que tenga mucho que ver con la edad de la madre. Habrá quien me diga que una maternidad más consciente, aquella que se disfruta a partir de los treinta y tantos, hace que te tomes las cosas con más serenidad. ¿De verdad? Cuando tienes a dos niños pegados a tus faldas, dos niños chiquitos, cuando no sabes lo que es ir con la camisa limpia porque se te desborda la leche al escuchar el llanto del bebé, cuando no has tenido tiempo de limpiar su última regurgitación sobre ti, amen de la mancha de la chocolatina del mayor, cuando no encuentras tiempo para leer, ni tan siquiera para dormir todo lo que necesitarías... entonces poco importa que tengas veinte o treinta y tantos: estás desbordada. ¡A la mierda con la serenidad! Darías cualquier cosa por tener un rato de paz, una conversación adulta, con adultos de verdad... aunque probablemente te quedarías dormida sin escuchar una palabra.
Pasé por todo eso y sobreviví. Ahora mis amigas tienen sus niños pequeños, las veo agotadas ya al punto de la mañana, mientras yo me voy a la nueva taberna irlandesa a tomarme un café con mi hijo mayor, que me ha invitado a ir con él y sus amigos. Charlamos, reímos, me enseñan los diseños que han elegido para sus tatuajes; mi hijo me invita a hacerme el segundo de los míos, le digo que lo pensaré, me atrae la idea pero debo buscar con calma la ubicación y el motivo. Compartimos tanto...
Puede ser que me perdiera muchas cosas, por ejemplo, el salir de discotecas. ¡Y me gustaba tanto bailar...! Me gusta bailar y lo sigo haciendo. Sólo que ahora no necesito público. Me pongo lo que me gusta... y bailo sola.
No puedo decir cuál es la edad idónea para parir los hijos y criarlos, sólo sé que ahora no tendría fuerzas para ello. Quizás es que hace ya muchos años fue "mi momento".

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sábado, septiembre 09, 2006

Septiembre. Luis Muñoz

En el pálido azul que acogen las terrazas,
los labios desprovistos que saben regresar
y el vuelo de las últimas gaviotas.
Voces que el mar congrega,
que vienen con las olas y son la lejanía.
Playas tendidas como alas de nieve
al pie de los bañistas
y autobuses velados con tenues pasajeros
que persiguen la falta de costumbre.
También entonces
rubias muchachas sumergidas
en el agua templada de las historias breves
y la pasión del horizonte, el hilo de ciudades
que definen los barcos que se alejan.
No es más real, septiembre, que un recuerdo,
pero nombres que dimos por perdidos
recobran claridad, el aire que atraían
y el sueño en que resisten los veranos.

Para Max, porque de nuevo es septiembre. Porque ha regresado con bien y dispuesto a compartir montones de historias. Porque sé que me prestará su cajita si no encuentro la mía y pierdo la sonrisa...