Cuaderno de Viaje. La mirada de Beltza

Todos necesitamos un lugar propio. Un sitio seguro desde el que asomarnos a esa niebla en la que nos arriesgamos a pescar dulces sueños... o ácidas pesadillas. Éste es el mío.
Érase una vez una mujer que buscaba. Encontró la perfección en la combinación de las palabras y el silencio. Y por eso, siempre estaba acompañada de libros. No renegaba de sus rarezas, se complacía en ellas. Era un poco desastre, pero auténtica. Sí, yo soy ella. A veces dura, a veces tierna... siempre imperfecta.
Confieso que cuando me lo prestaron, me alarmé al leer la sinopsis. No entraba en mis planes dedicar demasiado tiempo a un libro que me contara anécdotas estivales protagonizadas por catorce niños de variadas edades. Pero me sorprendí. Si hay alguna anécdota, está sutilmente engarzada con el propio espacio de la autora que insinúa pasajes de su propia vida, retazos de sus pensamientos, certezas e incertidumbres. Consigue así un resultado tierno en su medida justa, un libro ameno de leer, pero que te ayuda a plantearte tus propias preguntas sobre educación, política... o el paso del tiempo.
Etiquetas: Mis libros
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Ana viviría condenada, atrapada por siempre en la espiral de un argumento. Agustín Ribadulla y Vélez fue encontrado muerto por su asistenta en la mañana de Todos los Santos. El escritor, que en la última entrevista para "El dominical" confesaba: "No puedo escribir finales felices en noviembre", descansaba la cabeza sobre las páginas de su último e inconcluso relato.
Tana Guiance, de "Nana de espuma y otros sueños agridulces"
Etiquetas: Mis pequeños relatos
Una de las muchas razones por las que les amo es porque me respetan en mis silencios.
-Ven -me dicen señalándome el sofá-, la chimenea está encendida.Pero yo prefiero permanecer en la cocina. El extractor está encendido y su rugir acompasado e inalterable me resulta atrayente, casi hipnótico.
-Tengo que vigilar el guiso.No insisten. Echo un vistazo al reloj calculando el tiempo que necesita la mezcla de vino y agua para convertirse en salsa, y me acomodo junto al radiador sentándome en una silla de anea con un libro en las manos. A ratos, levanto la vista del libro, compruebo la hora, doy un par de vueltas al guiso y, al sentarme, me permito recrearme en el paisaje que se ve más allá de la ventana que tengo enfrente.
Soy tan insegura, que a veces temo que la comida no vaya a salirme bien. Ellos se ríen. Como si mi temor fuera descabellado, algo totalmente imposible. Me pregunto si también les alimento espiritualmente de algún modo, o si mi única misión consiste en llenar sus estómagos. Entonces, uno de ellos, el más joven, se acerca para abrazarme.
-Mira, huele. La chimenea ha venido a ti.Y es cierto. Huele a humo. Reconforta. Y de repente, mis temores se han ido..., por el momento. Se me escapa un suspiro. Soy feliz.
El dormitorio de matrimonio no tiene ventana. En vez de ello, una puerta acristalada nos lleva al balcón de la fachada de la casa. Ver amanecer desde allí es todo un espectáculo. En esta época del año, la niebla entra sigilosa y va reptando en las primeras y las últimas horas del día, desvaneciéndose en las horas centrales, como por arte de magia.
Como somos animales de costumbres, mis hijos utilizan las mismas habitaciones que eligieron la primera vez. Ésto es lo que el mayor ve desde su ventana, situada en el lateral: el columpio, el banco de madera y el reflejo del sol en las cumbres nevadas del fondo.
Pedro e Inma alquilan dos casas más -que la primera vez que fuimos, estaban en construcción-, la Karakotxeco borda norte y sur. Poco importa en realidad a qué casa acudáis, porque el trato que recibiréis será el mismo, correctísimo, y todas ellas estarán igual de limpias.
Y ya para terminar, no me resisto a enseñaros una foto de uno de nuestros vecinos. No sé su nombre. Yo le llamaba El Gran Gris. Es un gato tan hermoso como amable que acudía a visitarnos regularmente y nos observaba desde una de las ventanas de la cocina.
Ya lo sabéis. Si estáis pensando en relajaros y os planteáis visitar el Valle del Baztán, acordaos de Azpilcueta y de las casas que os he nombrado -si alguien quiere un teléfono de contacto no tiene más que pedírmelo-. Y si por casualidad vais a parar a Labakía... tratadla bien. Cuidadla... como si fuera mía.
Una cocina a la que no le falta detalle -lavavajillas, microondas, despensa con frigorífico-.
Y la zona de comedor anexa a la cocina.
Ya estoy aquí. He vuelto.