Primer domingo de mayo

Creo recordar que hubo un tiempo en el que el día de la madre se celebraba el uno de mayo. Coincidía con las fiestas de uno de los barrios del pueblo y acudíamos a comer a casa de mi tía, que vivía allí con mis primas. Todas éramos mujeres, ambas hermanas sin marido, todas niñas sin padre, aunque por distintos motivos. Curiosamente no era el día de la madre lo que celebrábamos, sino el día de San José.

Cuando comencé a ser yo la protagonista, ya se había trasladado la fiesta al primer domingo de mayo. Nunca me gustó. El día más especial del año era para mí el viernes anterior, cuando al ir a recoger a los niños a la puerta del colegio, salían con sus miradas brillantes y un trabajo manual para mí en las manos.

Lo comenté con mi prima el otro día -aunque tenemos edades cercanas sus niños son aún chiquitos- y me sorprendí. "No creas, ahora ya no preparan nada en la mayoría de los colegios". ¿Y eso? "Pues porque es un lío. Los padres, la mitad separados... ¿A quién entregan los niños el regalo? ¿A su madre? ¿A su otra mamá, la que vive con su papá? ¿A su abuelita, que es con quien está viviendo? La concepción de familia ha cambiado mucho últimamente".

¿De verdad ha cambiado todo tanto? Me quedo pensando en ello mientras acaricio las rosas envejecidas que adornan mi mesa; durante un instante echo de menos un par de besos pegajosos y una poesía almibarada llena de borrones. ¡Qué pregunta tan tonta! ¡Pues claro que ha cambiado!