Treinta y ocho años... y un día
Ayer, el cierzo fue mi primer regalo. A las siete y media de la mañana disfrutábamos de unos dieciocho maravillosos grados. Maravillosos, si tenemos en cuenta los treinta que dejé cómodamente instalados en el salón de mi casa. Me desperté muy temprano. Tengo el sueño ligero, aunque siempre hay algo que me ayuda: la algarabía de los pájaros, alguien que regresa de una noche de juerga, un repentino ataque de alergia...
Decidí disfrutar con Chelsea de las dos últimas horas de mis treinta y siete años. Es lo justo. Hace unos días, ella cumplió doce y también lo celebramos juntas.
En casa todos dormían. Nadie me oyó. Resulta curioso. Estoy segura de que ninguno de ellos podría salir por la puerta sin que yo lo notase. A veces me da miedo irme a callejear sola tan temprano. Pienso que si algo me sucediera, no se darían cuenta hasta pasadas unas horas. A lo mejor sienten algo parecido esas personas que deciden echar a caminar y no dar la vuelta, dejarlo todo atrás, convencidas de que en algún lugar hay algo mejor esperándoles. O quizás ni siquiera esperan algo mejor, sino ALGO que les haga sentir vivos. A lo mejor, tampoco les oyeron cuando salieron por la puerta.
Ayer sentí que había llegado a la mitad de mi vida. Me pregunté qué quería hacer con la otra mitad. Me lo pregunté en serio... y no supe qué responder. Supongo que en el fondo, muy en el fondo, sé que cuidar de los míos es lo único que sé hacer bien.
Una amiga me envió un paquete, desde Madrid. Llegó el martes y lo guardé pacientemente. También guardé un sobre que mi padre me dejó en casa, camino de sus vacaciones en Galicia. Un sobre que también debía esperar hasta el día diecisiete. Me lo llevé todo al parque y con banda sonora de tórtolas, gorriones y la alarma afónica del kiosco, que han debido de intentar forzar esta noche, los fui abriendo.
En el paquete encontré una felicitación con caracoles y mariposas de colores -un poco naïf, pero me encanta-; mis biblioteca y DVDteca estuvieron de enhorabuena; Historia de un abrigo, el último libro de soledad Puértolas, y Desayuno con diamantes, han pasado a engrosar las filas de ambas.
Mi padre escribió la carta la víspera de sus vacaciones, en un rato de insomnio. En ella me felicita y me da las gracias por sus dos nietos. Parece que para él ese es mi mayor logro. Haber parido dos hijos. Me regala la libertad de elegir algo bonito, algo que me guste de veras. Por lo menos en ese aspecto, es práctico.
El resto del día, permanecí colgada del teléfono. Más que la cantidad de las llamadas, debo decir que fueron extensas. Confieso que todas las conversaciones se desarrollaron con personas muy queridas y que las disfruté. Pero hoy, con edad de presidiario, todavía me ronda la pregunta... "¿Y ahora, qué?
4 Comments:
Pues ahora qué va a ser. Ahora viene el futuro. Ánimo.
Felicidades y que cumplas muchos más....escribiendo
Muchas gracias por vuestros buenos deseos, chicos. Un beso. No, mejor... «taitantos» :-)
Acabo de leerme, por encima, tu blog entero. Bueno, tampoco es tanto mérito, peor hubiera sido que llevaras un año escribiendo, hubiera tardado más. Me gusta lo que escribes, seguiré leyéndote. Ahhh se me olvidaba, muchas felicidades! aunque sea con retraso. Un besote.
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